jueves, 1 de febrero de 2007

Un escape fuera de lo común

El relato que van a leer a continuación es uno de los poquísimos buenos recuerdos de mi paso por el bajo mundillo de las alimañas.

¡ADVERTENCIA!
El siguiente relato es políticamente incorrecto y no debería ser leído por nadie.
Su contenido puede ofender a ciertas categorías.
Si formas parte de una de esas categorías, no sigas leyendo y lárgate de mi blog.
P. S: Que conste que se los advertí, ¿eh?


Música de apertura: Pulp Fiction

Luego de asaltar el banco de Coyote Creek, una pequeña ciudad de Arizona, Fitz Fox salió rápidamente del banco y entró a un polvoriento callejón. Allí se escondió detrás de un contenedor para basura y procedió a cambiarse velozmente de las ropas usadas durante el atraco. Del fondo del maletín de lona donde estaba todo el dinero, sacó una camisa verde, un jean gris oscuro y un par de zapatos. En el contenedor lanzó un pasamontañas, una gabardina negra, un blue jean desteñido y un par de botas. Inmediatamente se vistió con las demás ropas, guardó sus guantes y la pistola en el maletín de lona y se dirigió hacia el otro extremo del callejón con pasos rápidos.

Al otro lado había una gasolinera. “¡Genial! Aquí podré convencer a alguien para que me lleve a San Diego. Desde allí podré cruzar hasta México y quedarme un tiempo hasta que la situación se arregle”. Él vio un convertible manejado por otro zorro, que estaba siendo llenado con gasolina. Cuando pasó al lado del carro, oyó la conversación entre el empleado de la gasolinera y el chofer, y se detuvo a ver los precios avisados en la puerta de la tienda:

-¿Y a dónde va usted, señor?, dijo el empleado.
-San Diego. Tengo que encontrarme con un amigo mío para unos negocios.

“¡Vaya! Este es mi día de suerte. Si logro convencer a este huevón para que me lleve a San Francisco, podré ocultarme en México y la historia se acaba bien”, pensó Fitz.

-¿Y a que negocios se dedica usted, señor?
-Inmobiliaria
-Ya veo. Bueno, el tanque esta lleno. Son 50 $.
-Okay, aquí tienes.

El zorro del convertible le dio al empleado un billete de 50 $, pero Fitz se volteó de repente y dijo:

-Disculpe, señor, pero no pude abstenerme de oír su conversación y oí que usted se dirige a San Diego. Como tengo el mismo camino, quisiera saber si usted podría llevarme hasta allí.

El otro zorro miró atentamente a Fitz, y luego de una corta pausa dijo:

-No hay problema. El camino es jodidamente largo, y el radio de mi carro esta malogrado. Bueno, al menos tendré a alguien con quien hablar durante el viaje.
-Gracias, señor.

Fitz subió al carro, y al poco tiempo los dos zorros estaban saliendo de Coyote Creek, AZ, rumbo a San Diego. Luego de dejar atrás Coyote Creek, el chofer le preguntó a Fitz:

-A propósito, ¿cómo te llamas?
-Mi nombre es Zorro, Ronald Zorro.
-Yo me llamo John Volpe, pero puedes llamarme Johnny. Oye, ¿eres un fan de James Bond?
-Na’ que ver, pero me gusta la forma en que se presenta este compadre.
-Ya veo. ¿Qué vas a hacer en San Diego?
-Voy a visitar a unos parientes y a mi chica.
-¡Que suertudo! Yo solamente voy por negocios hacia allí.
-No te preocupes. Cuando los hayas terminado puedes tomar un pequeño descanso en San Diego.
-Si, tienes razón.

Media hora después de la conversación, John sintió que alguien estaba presionando algo metálico y duro contra sus costillas. Inmediatamente oyó la voz de Ronald:

-No trates de hacerte el héroe conmigo. Quédate con las manos en el timón y la palanca de cambios, mira solamente hacia delante y todo estará bien.
-¿Por qué me haces esto?
-Porque yo no soy Ronald, sino el tipo que robó el banco de Coyote Creek esta mañana. Cuando oí que te dirigías a San Diego, me jugué mi última carta para huir de ese lugar.
-¿O sea que soy tu rehén?
-Sí, y si no haces movimientos sospechosos todo estará bien.
-Okay, haré todo lo que tu digas.
-Ahora estoy guardando mi pistola. Pero ten cuidado con los movimientos que haces.
-Bien. Sea como tu digas.

Luego, Fitz puso el maletín de lona entre él y la puerta del carro. Guardó su pistola dentro del maletín y se puso a mirar de reojo a John. Luego de un tiempo, Fitz se cansó y empezó a mirar el paisaje. Pero, de pronto, sintió que alguien le estaba tocando la entrepierna. Cuando vio que era John, solo atinó a gritar:

-¡Oh my Dog, you are gay!

Instantáneamente sacó su Desert Eagle del maletín, le voló la cabeza a John, y saltó del carro con el maletín en la mano izquierda y la pistola en la mano derecha. Fitz cayó al suelo, dio unas cuantas vueltas y logró levantarse a tiempo para ver como el carro golpeaba un poste de teléfono. Y dijo:

-¡Dogdammit! Le dije que no hiciera movimientos sospechosos, pero no me oyó. Bueno, escondamos el carro y el cadáver.

Él guardó la pistola en el maletín. Sacó sus guantes de allí, se los puso y empezó a empujar el carro hacia el desierto. Como a 50 metros de la carretera vio un cerro que parecía tener una cueva en la ladera. Se puso a empujar el carro hacia allí lo más rápido que podía, volteándose cada medio metro para ver si no pasaba algún carro por la carretera. Afortunadamente no pasó nadie.
Cuando llegó a la falda del cerro, su teoría quedó comprobada. Era una cueva.

Fitz buscó en la guantera del carro una linterna, y encontró una. Entró a la cueva con la linterna, y como a 5 metros de la entrada encontró un respiradero lo suficientemente ancho como para lanzar el carro con el cadáver adentro. Cuidadosamente, se aproximó al borde y apuntó la linterna hacia el fondo del respiradero. La tenue luz de la linterna no lograba llegar hasta el fondo del respiradero. Él dijo:

-¡Perfecto! A nadie se le ocurrirá buscar en este pozo sin fondo un carro y un cadáver...

Fitz salió de la cueva y se dirigió hacia el carro. Ató al cadáver al asiento con el cinturón de seguridad, y empezó a empujar el carro hacia el interior de la cueva. Una vez que el carro llegó al borde del respiradero, él sacó de la maletera dos trapos, una galonera y una lata de crema limpia-todo (como la del telemercachifle...). Con un trapo procedió a limpiar las manchas de sangre de sus ropas, guantes y cara. Cuando todo estuvo limpio, Fitz se puso de nuevo los guantes y empujó el carro dentro del respiradero. Se quedó cerca del borde para escuchar el ruido del impacto, pero este jamás llegó. Luego dijo:

-Ahora tengo que botar las demás cosas y borrar las huellas del carro con el otro trapo.

Fitz arrojó al respiradero el trapo manchado de sangre, la pasta limpia-todo, la linterna y la galonera. Luego se ató a su cola el trapo que sobró y borró las huellas dejadas por el carro hasta la entrada de la cueva. Una vez que llegó allí, miró hacia el cielo un momento. Luego dijo:

-Dentro de media hora el viento empezará a arreciar. Eso está bien. Sin huellas no hay pistas que seguir.

Desató el trapo que estaba atado a su cola, y lo escondió bajo una piedra. Luego se sacó los guantes, los guardó de nuevo en el maletín y se dirigió hacia la carretera. Una vez que llegó allí, trató varias veces de hacer autostop, pero sin éxito. Pero finalmente una guapa hiena detuvo su Hummer amarillo arena, y le preguntó a Fitz:

-¿Quieres que te lleve a algún lado?
-Claro, señorita. ¿Podría usted llevarme a San Diego, por favor?
-No hay problema, yo también voy para allá. Vamos, sube.
-Muchísimas gracias.

Y así, Fitz logró llegar a San Diego sano y salvo. De allí se fue a México y se quedó un tiempo en casa de un amigo suyo que vive en Ciudad de México.

Sobre John, su cadáver y su carro no han sido hallados hasta hoy... el desierto es un celoso guardián de secretos...

Música de cierre: El Bueno, el Malo y el Feo.

Ha caído 1 bomba

Agente Enemigo dijo...

Aunque bueno, al menos el escribir se te da mejor que lo demás, eso si que es cierto. :P